CUANDO TUS HIJOS BOTAN LA TOALLA DE LA TELEDUCACIÓN

La teleducación o educación virtual fue la respuesta rápida y supuestamente temporal a la imposibilidad de que los niños acudan presencialmente a clases. ¿Pero funciona?

No.

No funciona y punto.  Y lo digo desde una posición absolutamente personal, hablando desde la experiencia que tengo con mis hijos, pero sobre todo con el más pequeño (9 años).  Un niño que nunca tuvo problemas en la escuela, es curioso, le resulta fácil retener conocimientos y que además no tiene problemas con el manejo de tecnología.

Hago esta precisión porque cada niño y cada familia es un mundo distinto y sé que para muchos otros la virtualidad ha funcionado bien e incluso a algunos les ha resultado mejor que la educación presencial.

Entonces no quiero emitir verdades absolutas ni pretender cambiar nada ya que esto es un problema personal, un conflicto que al ser compartido en mi perfil de Facebook a manera de desahogo recibió 220 “likes” y más de 134 comentarios empatizando, identificándose y compartiendo experiencias similares a la mía.  Digamos entonces que es el problema personal de muchos.

Había dicho que mi hijo era una maravilla, pero voy a ser sincero… no es perfecto.  Se distrae, es inquieto y puede aburrirse fácilmente si no tiene tareas o actividades que sean desafiantes.  Por lo tanto, eso de copiar oraciones en el cuaderno no va con él.  ¿Alguien más tiene un hijo con estas características? ¿O es el único bicho raro de la cuadra?

En fin, hace pocos días llegó la libreta y las notas impresas en ella son extraordinariamente bajas.  Piensa en un número y quítale algunas unidades… mmm, no, quítale un par más.  Mi primera reacción fue decir “¿qué hago yo con esto?”. 

Guerra avisada no mata gente

La libreta de mi hijo no fue una sorpresa.  Las profesoras, orientadoras y sicólogas nos venían advirtiendo que él no entregaba trabajos, se desconectaba de las clases, apagaba la cámara.  Estaban preocupadas.  Nos dijeron que sin trabajos no podían calificar.

Habíamos utilizado varias estrategias para revertir la situación.  Llamadas de atención, aplicación de consecuencias (antes les decíamos castigos), restricciones, encierros, obligarle a que termine las cosas.

El resultado fue una escalada de fricciones entre nosotros y él, acompañadas siempre de lágrimas y disgustos.  En definitiva, un deterioro cada vez mayor en nuestra relación.  Su reacción no fue la rebeldía, sino un continuo mea culpa en el que nos decía que no servía para nada, que era un inútil, que estaba viviendo los peores días de su vida, que todo lo hacía mal.

¿Qué hicimos? Decidimos escucharle y parar con la espiral de presión que se estaba generando entre todos nosotros. Conversé con él, lo observé. No es que dejaba de hacer las cosas por ir a jugar un juego de video o por estar pateando un balón.  Se sienta frente al computador, pero no está… su mente está volando, le decimos que pasea por Júpiter.

Con el fin de las peleas estamos mucho mejor emocionalmente, pero aun así… ¡las notas!

¿Sabe o no sabe?

La madre de mi hijo es educadora y ella continuamente ha podido evaluar qué tanto él ha aprendido. Cuando eventualmente hace sus deberes los completa sin problemas… (aparentemente, cuando está en Júpiter tiene un oído puesto en la clase) y así nos damos cuenta de que él sí sabe, sí puede. ¿Más? ¿Menos? ¿Igual que otros niños?... ni mucho más, ni mucho menos, probablemente dentro del promedio.

¿Qué representan sus bajas notas? ¿Es una calificación de sus conocimientos? ¿O es una medida de los trabajos no presentados y clases no asistidas?  Vuelvo a hacerme la pregunta: ¿la libreta baja de mi hijo representa un caso académico perdido o una especie de estado de negación ante el formato educativo al que está expuesto?

Llegué a la conclusión de que él botó la toalla ante esta realidad de profesoras y compañeros que aparecen en pantallitas como cabezas parlantes.  Llegué a la conclusión de que botó la toalla ante las tareas de copiar oraciones, llenar formularios, exponer frente a una pantalla con audífonos puestos frente a otros niños que son solo cabecitas con audífonos puestos.

Concluí que hace falta estar sentado al lado de un compañero para poder comparar mi trabajo con el tuyo, que las profes son apoyos vitales cuando te dan una palmada en el hombro y una sonrisa a ti, solo a ti, por haber resuelto bien una multiplicación.

Que da lo mismo aprender o no si estás triste, solo y encerrado, que da lo mismo NO aprender a copiar oraciones si en la casa puedes ayudar en la huerta, en la cocina o arreglando un mueble con tu mamá. Ahí también se aprende.

Esta pandemia, esta maldita pandemia, nos ha puesto de cabeza, nos ha llenado de incertidumbres y ha desnudado falencias, errores, ausencias de todo tipo. Pero también nos hace ver lo obvio. Y eso es que la escuela a la que iban nuestros hijos era mucho más que información académica vital para su futuro.

La escuela eran las relaciones, el contacto, la comparación y la competencia. La diversidad, el cambio de ambiente, el error y la corrección, el fracaso y la superación.  Hoy la pantalla es un mal sustituto y con el tiempo se nota, al menos con mi hijo.

No soy nadie para dar lecciones. Solo sé que el próximo año cambiaremos de estrategia.  Recibirá clases en casa o en algún otro lugar con una profesora o profesor de carne y hueso, en su casa o Dios quiera, en algún colegio.  Pero la pantalla se apagará.

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Tomás Ciuffardi
Tomás Ciuffardi
Periodista y profesor universitario, pero aquí habla como un papá y nada más.