Los derechos humanos son las condiciones necesarias que todas las personas, por el hecho de serlo, merecemos para vivir dignamente.
Cuesta pensar que, en más de un momento y en más de un lugar, los niños eran considerados como de segunda y las niñas, de tercera, tratados como objetos (de caridad o de misericordia, en el mejor de los casos) y, por tanto, sus derechos eran vulnerados por el mundo adulto, sin casi caer en cuenta de ello.
Niñas y niños no eran entendidos ni tratados como sujetos de derechos, es decir, como personas.
Una nueva manera de ver, entender y tratar a niñas y niños se logró hace 30 años, cuando los países del mundo suscribieron la Convención de Derechos del Niño. La realidad había demostrado que el mundo adulto -con sus guerras, injusticias y desigualdades- ponía en riesgo el desarrollo de la vida, lo cual afectaba de manera especial a niñas y niños, quienes además no podían opinar sobre esta situación.
Como madres y padres, conocer, respetar, promover, proteger, exigir el cumplimiento de los derechos de las niñas, los niños, y de las y los adolescentes, resulta de gran ayuda para nuestra labor y responsabilidad, compleja y gozosa, de criar a estas personas, entendiendo sus momentos y requerimientos, para contribuir con su formación como seres humanos capaces y felices.
Ecuador fue de los primeros países del mundo en firmar esta Convención hace 30 años. De ahí a esta parte, podemos decir que el mundo adulto en general, y el ecuatoriano en particular, ha profundizado la conciencia sobre la necesidad de proteger los derechos humanos porque se los entiende, cada vez, más como la posibilidad de lograr un mejor desarrollo individual y social; y con ello, una mayor posibilidad de vivir y convivir en paz.
Pero, de la conciencia, hay que pasar a la práctica para que el pensamiento se transforme en acciones y, de esta manera, construir como sociedad adulta un mundo mejor para niñas, niños y adolescentes, quienes por otra parte no han pedido venir a este mundo.
La vida es más que nacer, crecer, reproducirse y morir. En ese camino, que es mucho más complejo y lleno de matices, es donde se deben ejercer los derechos de supervivencia, de desarrollo, de protección, de participación. No podemos preguntarles si quieren venir al mundo, claro está; no obstante, una vez aquí no podemos dejar de tomarles en cuenta, entendiendo que, si bien el desarrollo de ciertas habilidades es progresivo, desde que llegan a nuestra vida son centrales, importantes, respetados, reconocidos, valorados, es decir: amados.
Pese a lo expuesto, aún hay niñas, niños y adolescentes en guerras, explotados sexualmente, muertos de hambre o enfermedades prevenibles; y, si tienen salud, educación, no son escuchados. De ahí que como madres y como padres debemos conocer, respetar y proteger sus derechos, siempre, y en todo lugar, pero para empezar, en casa.